Meow queridos
Soy Mittens, una señora gata de diez años que pierde toda su seriedad cuando pretenden que acuda a la llamada de mi familia por mi apodo, Pinyul. Sí, yo también sufro el mal de los mil nombres y, como el resto de mi especie, paso de atender por cualquiera de ellos.
Mi historia comenzó en casa de unos amigos de mi actual familia. Mi madre gatuna dio a luz y los humanos buscaron un hogar para esos adorables gatitos. Así acabé adoptando a mi familia en Zaragoza, gracias también al empeño de mis hermanos humanos que atormentaban a sus padres pidiéndoles una gata. Solo por ese detalle ya les adoro desde el principio, eso es tener buen gusto animal y lo demás son tonterías.
La verdad es que a mi familia humana le ha tocado la lotería conmigo. Nunca he sido de arañar mis propiedades y aunque de pequeña era más movida, como todos, soy una gata tranquila y amorosa. Me dejó querer, aunque a mi padre humano, a Cebo, le muerdo porque se que le doy alergia y así evito su irremediable instinto de acariciarme y achucharme sin parar.
El pobre ha terminado tres veces en urgencias debido a su alergia, pero yo soy muy considerada y le pongo las cosas fáciles. Soy una bendita, como podéis observar.
No obstante, esa tranquilidad la he ganado con los años. Aún recuerdo que, con seis o siete meses, me llevaron al veterinario y me hicieron algún tipo de operación de la que salí con ese collar isabelino nada glamuroso. En cuanto me lo quitaron me puse a rechupetearme la herida compulsivamente hasta abrirla y, al intentar echar una bola de pelo, acabé expulsando hasta las tripas.
Corre al veterinario, por supuesto al de urgencia porque ocurrió en domingo, y 300 euros después, mis tripas volvían a estar en su lugar. Esa aventura me ha servido para hacer más yoga y ser más zen. Ommgggg que sí.
A pesar de mis años, me sigue encantando jugar con pelotas de goma, con esas que botan como locas. También soy un poco gata perra, porque me apasiona ir a buscar y traer las pequeñas bolas, y una trepadora, me subo encima de mis humanos para ver la vida desde su perspectiva.
Hubo un tiempo en el que conviví con un pequeño demonio gatuno, era maligno y salvaje, pero encontró su hogar definitivo en el chalet de unos amigos. De este modo, casi siempre he sido gata única, con todo lo que eso conlleva de mimos. Siempre he tenido lo que he querido y siempre he sabido conseguirlo con mis artes felinas.
Sin embargo, de lo que más disfruto es de las vacaciones. Me cuesta horrores entrar en el transportín, pero tenéis que admitir que a vosotros no os meterían ahí ni pagando. Es una incomodidad, ¡ya es hora de que inventéis otro medio de transporte para los gatos!.
Me llevo a mis humanos a Madrid y después a la playa, para combinar el calor abrasador de la gran ciudad con esa brisa del mar que tanto me gusta oler y sentir. No se lo he confesado nunca a nadie, pero en realidad es que tengo un amigo gatuno con derecho a roce en cada sitio y, oye, pues que tengo que cubrir mis necesidades amorosas, que no todo va a ser dormir, ronronear y dormir en esta vida.
Al fin y al cabo, el verano está para disfrutarlo a tope, ¿no creéis?.