No me podéis engañar. A vosotros los humanos no os suelen gustar los dentistas, los ginecólogos, los urólogos y cualquier médico que os intente introducir algo por uno de vuestros orificios. No son visitas agradables, ¿verdad?. Pues yo ODIO ir al veterinario.

Ellos me tratan con mucho cariño, aman a todos los animales y son súper profesionales, pero es superior a mí. Nervios, inseguridad, uñas siempre dispuestas para atacar, bufidos… Es la crónica de una mala experiencia anunciada. 

Hace poco he tenido que ir a varias de estas desagradables visitas. Para una gata como yo, tan delicada, cada estancia en el veterinario suele suponer algún drama posterior en casa en forma de pastillas, gotas, cremas… ¡¡UN HORROR!!

¿Qué tengo que ir otra vez al veterinario? Oh my cat!!

En uno de estos viajes al infierno fueron los oídos, los tenía inflamados y me pusieron una inyección. ¡¡¡PERO CÓMO SE ATREVEN!!! No os podéis imaginar la furia interior que sentí con ese pinchazo. La niña del exorcista se quedó en nada en comparación a cómo me puse yo aquella tarde.

He de admitir que luego sentí alivio y que el medicamento que me recetaron me sentó muy bien, pero el odio se mantiene. Se intensifica o relaja conforme me acerco o me alejo del veterinario, pero siempre permanece. 

De la última visita salí droguing total. Me hicieron una biopsia para saber de dónde me vienen todas mis alergias y me tomaron muestras en la zona de la ceja y el lomo. Obviamente me tuvieron que dormir para ello y acabé zombie total. 

Es difícil mantenerse estable después de la anestesia…

Los puntos en el lomo duraron lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Rechupeteo por aquí, mordisqueo por allá y me los quité en un santiamén. El de la ceja aún se resiste, creo que me ha cogido cariño y me sigue dando amor. Espero que se caiga antes de que me tengan que bajar a ver de nuevo a estas personas tan simpáticas que trabajan en ese lugar tan traumático.  

Yo soy carne de nervios en el veterinario, pero mi hermano Yoshi, sin embargo, con todo lo bruto que es, lo lleva muy bien. Casi siento envidia de su saber estar y su calma. ¿O quizás es que tiene miedo? Seguro que les tiene aprecio porque aún no ha tenido que salir de allí con un collar isabelino adornando su linda cabeza.

Queridos humanos, si a vosotros no os gusta que os toquen, manoseen y agobien en el médico, imaginad a nosotros.

¡¡ES UN SINVIVIR!!

Es decir veterinario y todos salimos corriendo.

Lo único positivo, si es que hay algo, es que al llegar a casa siempre recibo alguna recompensa. Creo que Mis Humanos intentan que así les perdone por el sufrimiento que me hacen pasar. Pero me he hecho experta en quejarme de más, porque así la recompensa siempre llega antes. Cada uno tiene sus truquis.

Y vosotros, ¿cómo lleváis las visitas al vete? ¡¡Contadme!!

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